Tengo un secreto: el día que todo se acabe, puedo desaparecer.
Tener un secreto así te hace fuerte, porque te mantiene en la lucha.
La vida sigue y sigue, pero por las noches cuando me acuesto hago balance y me digo a mi mismo: aún no ha llegado el día, todavía no tengo que desaparecer, aún tengo otra oportunidad.
Y desaparecer no es nada fácil por eso lo tengo todo planeado.
El día que desaparezca lo tengo que hacer tan bien, que no tengo que dejar rastro.
Hace cinco años que abrí una cuenta corriente en un banco de internet con sede en las Islas Caimán con un nombre falso. Compré el pasaporte en el mercado negro y hago transferencias periódicas de dinero a través de una red de empresas ficticias que he ido creando en estos años. El rastro de las empresas también lo tengo controlado. Aprendí poco a poco gracias a mi trabajo en el banco y a las horas que le he echado en la red.
El día que desaparezca tendré que usar mi otro nombre. Seguiré siendo yo, pero ya no me llamaré igual. Seguiré siendo yo, pero cambiaré de país, de profesión, de amigos. El día que desaparezca, nadie me encontrará, porque lo tengo todo planeado.
Nadie lo sabe, ni siquiera Anna, que duerme a mi lado cada noche desde hace dos años. Anna que quiere tener un hijo conmigo. Anna que es dulce como la miel y tiene unos ojos pequeños y brillantes, negros y juguetones. Anna que me hace cosquillas y se acurruca entre mi barriga y mis brazos como nadie.
Anna no sabe que algún día puedo desaparecer, porque es mi secreto, un secreto que dejará de serlo el día que lo use, y todos me busquen y no me encuentren.
Será el día que Luis llame a la puerta y pregunte por mi.
El día que Luis me encuentre (juró que lo haría) yo diré que no le conozco de nada y en cuanto pueda, sin que me altere ni parezca aturdido, saldré por la puerta y no volveré nunca más.
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